lunes, noviembre 27, 2006

Carta electrónica de Sören a Cazadora por el día después:

"¡Uff! Qué noche de nada. O nadadenoche, diría usted. Nada de Nada, Nada de Todo. Todo es Nada. ¡Exacto! Se dará cuenta que no me pasa nada. Mis párpados se diluyen en esta pantalla que trata de hacerme creer que es algo. (No me engañe Nada, por dentro la intuyo). Y es eso; simplemente me lanzo a ningún lado sin siquiera haber saltado. A la Nada. Ala Nada. Alada Nada. ¡Qué inmensa! Es una contracción muscular eterna. Como si el corazon tuviera un pulso infinito. Fue un latido hacia adentro que por siempre quedó ahí. En algún momento también exhalaré la respiración contenida. Respiraré normal hasta que no necesite hacerlo. Pero siempre volveré, por elección o por necesidad: a la Nada. Y así... ¿Qué escribí? Nada. Tal vez otro día tenga ganas de rozar de cerca el tiempo. Hoy, nada.
Fin o Nada..."

jueves, octubre 05, 2006

Sören se quedó meditando sobre lo que decían las voces no tan anónimas que transformaban la Nada. ¡Cuántas especulaciones alrededor de la Nada! ¿Principio? ¿Fin? ¿Motor? ¿Color?...

- Esto merece una reunión -se precipitó Sören-. En el lugar de siempre, a la hora de siempre. Tema: la Nada.

El lugar era ese que todos conocían, porque lo frecuentaban siempre cuando la noche y la vida los aproximaba a algún misterio. Lo único que hacía falta era combinar los detalles del lugar pero, como siempre, de eso se encargaría la imaginación de los que se encuentren en ese Instante.

- Si surge algo de esta conversación, seguramente será la comprobación empírica del milagro ex nihilo... Pero, si no... ¡Estos experimentos teórico-prácticos me apasionan!

sábado, septiembre 16, 2006

- Es verdad, Montsuel: soñar es mucho más que eso. Y precisamente por eso estamos acá. Estamos en una brecha y tenemos que darle nombre, ponerle palabras al vacío que tenemos en frente; tenemos que adornarlo, darle belleza, esa es la Revolución que nos toca. ¿Te acordás de "La historia sin fin", te acordás de "La Nada", te acordás cómo se peleaba contra ella? Tenemos que ponerle un nombre a nuestro deseo, es decidirse a crear algo nuestro. Por eso el nombre de este sitio. El neurótico está en un limbo: en un espacio entre el pasado y el futuro; en un dilema entre la repetición y la Creación, entre la continuación y el cambio. Lo normal nos fue impuesto y el Amor y la Creación son nuestro único parentesco con la Eternidad, pero a éstos últimos hay que inventarlos. El neurorevolucionario es un punto en el que se condensan todas las culturas, todas las religiones, todos los descubrimientos, toda la información... de un mundo transformado en imágenes y palabras. ¿Qué se hace con todo eso? En cada uno de nosotros se debate el cambio del mundo a partir de nuestro propio cambio interno, el mundo está en nuestras miradas y esto nos desborda; necesitamos empezar a darle forma, trazar nuestro rastro en la arena, construir nuestro castillo de nubes; somos cuellos de botellas de una inconmensurable Creación, necesitamos destilar nuestra gota, tal vez como una lágrima de poesía o una canción alegre... No sé, algo en vez de Nada. Empecemos...

sábado, junio 10, 2006

- Imagino, luego existo. Parece sencillo, ¿no?

Asentí con la cabeza, en silencio.

- Pero no lo es tanto. Muchos imaginan sin saber para qué lo hacen, el resultado es una vida sin belleza, sin arte, sin melodía, sin poesía; una vida a la imagen de la imaginación, de la existencia, de otros. Lo que crees, lo que construyas gracias a tu imaginar, va a ser un reflejo de tu ser, trata de que sea un reflejo bello; es simple pero necesitas reflexionar sobre la belleza antes de crear...

Asentí otra vez sin decir palabra; mis ojos todavía no querían abrirse.

- Cuando intuyas tu existencia, decídete por ella, plásmala, todo lo que construyas valdrá la pena. Y recuerda: en el Laberinto, nadie está solo...

Abrí los ojos. Me di cuenta que el milagro ya estaba hecho; hacía tiempo que estaba en el Laberinto tratando de encontrar el hilo de la belleza.
Pensar era entrar en el Laberinto y el desafío partía de un placer (el perderse) y terminaba en otro placer (el reencontrarse).

Pensar, imaginar bellamente, decidirse...
¡Eso era existir!
Y si yo existía por mi decisión de imaginar ¿no había otros en este punto eterno que existían como yo...?
Le habían dicho que su Alicia debía de vivir en el país de las maravillas; Sören la miraba caminar por la sala y pensaba que tal vez ella caminaba por un país en ruinas. Las maravillas siempre parecían pertenecer al pasado, para el presente sólo quedaban intuiciones somnolientas; al menos eso era lo que decían los servidores del pasado en copa nueva, y Sören ya no sabía qué creer.
Se llevó sus intuiciones a la cama, a ver si se hacían maravillas en ese otro país. Alicia lo acompañaba casi todas las noches de frío, su silueta de sombra se escabullía por debajo de la cama hasta que de un salto de esfinge aparecía, como sorprendida por la mirada de Sören, arriba de la frazada. Al instante empezaba su danza felina para mullir el lugar en el que se enroscaría como una serpiente negra aterciopelada. Así, en el silencio de la noche, los dos partían hacia algún lugar.

"Mirá, estoy parado en la brecha. Hasta acá -señalaba a su izquierda- llega
mi pasado y el de todos; acá -señalaba a su derecha- comienza mi futuro y el de
todos. Estoy parado justo en los pocos centímetros que separan lo determinado de
sus consecuencias. ¿Te das cuenta Alicia de lo que eso significa? ¡Soy
libre!".

Sören empezó a caminar de frente por esa especie de pasillo formado por dos muros de niebla espesa. Alicia caminaba a su lado y sus ojos estaban más verdes y brillantes que nunca; tal era su brillo, que rescataban de la oscuridad el lugar por donde caminaban. En un momento ella empezó a correr. Adelante, Sören vislumbraba una escalera, Alicia se detuvo en su inicio. Ella iluminaba con su mirada una inscripción que se encontraba en el pórtico:

"En los caminos que nadie 'Holló': ¡Arriesga tus pasos! En los pensamientos
que nadie pensó: ¡Arriesga tu cabeza!"

Sören miró a Alicia como extrañado; ella inclinó su cabeza con paz gatuna, algo característico de su especie, como aprobando el ascenso y se quedó mirando a su compañero quien empezó a subir temerosamente.

La escalera parecía elevarse hasta la eternidad, los muros que la contenían formando un túnel daban la impresión de estar desde siempre. Llegó hasta una puerta muy antigüa y con la apariencia de ser muy pesada en la que colgaba un papelito pegado con cinta adhesiva (como los pegados en la puerta de la heladera), en él había una frase escrita que le sonaba familiar; estaba firmada extrañamente por "Uno de los Profetas del Laberinto" y decía:

"La Revolución hay que hacerla en serio, porque los juegos son en serio.
Nadie más serio que un niño cuando juega"

Sören se precipitó a través de la puerta y se detuvo ante la espectación de la inmensidad: ante él apareció el Laberinto, de proporciones infinitas, el cual contemplaba desde las alturas. El Laberinto era de una belleza inenarrable, con brillantes colores que se sucedían en todos sus recovecos. ¡Eran los hilos! Miles de ellos, de todos los colores e intensidades; se juntaban, se separaban, construían muros, los destejían, los penetraban... Entre tanta hermosura, como siempre, Sören se preocupó por ver algo distinto, algo que como las noches sin luna, siempre estaba: el Monstruo del Laberinto, el desafío que va más allá de los placeres. Sören buscaba al Minotauro, pero sus ojos no divisaban algo que se le pareciese en la distancia que podían abarcar, pensó que tal vez no existía uno en este Laberinto. En realidad, no había uno, sino que había muchos; había tantos como personajes habitaban el Laberinto, pero era muy difícil ver alguno: muchos personajes creían ver el Minotauro ajeno cuando nunca veían el propio .

Elevándose por el Laberinto se oían voces, como mensajes sin tiempo; no se alcanzaba a percibir nítidamente lo que decían, eran voces distintas, mensajes distintos, como invitando a la oración a todos los habitantes. Pero había una palabra que se repetía entre todas y que Sören distinguía entre las demás, la sentía en el horizonte acercándose con fuerza hacia él, cada vez más cerca, cada vez más cerca; era una palabra inmensa y Sören temía por las consecuencias que tendría cuando ella lo impactara... Y como un golpe de gong en el pecho:

¡IMAGINA!

lunes, junio 05, 2006

En la vida de Sören abundaban las señales, los sortilegios... Escondidos para casi todas las miradas, se revelaban ante sus ojos bajo la apariencia de papelitos sueltos que caían de algún escritorio antigüo...

"Ahora el hilo se ha perdido, el laberinto se ha perdido también. Ahora,
nosotros ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un
caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo.
Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe,
en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la
mera y sencilla felicidad".

Pero las señales eran anticipos de algo más deseado: la coincidencia. Ya todo silencio después de una señal era sabroso, se miraban las cosas de otra manera, expectante;
esperanza de milagro...


Pero la coincidencia no era el milagro en sí, faltaba más, pero con ella aparecía un bosquejo, una forma que ensoñaba.

¿Esto era una coincidencia? Siempre que se presentaba lo que parecía una repetición, aparecía la gran duda de Sören; todos los que dialogan con lo que no habla ni responde tienen el mismo problema: la especulación sobre el espejismo de las cosas. En los cotidianos recorridos por el Inconsciente Colectivo, Sören se topó con Castoriadis:

"Pensar no es salir de la caverna, ni sustituir la incertidumbre de las
sombras por los perfiles bien definidos de las cosas mismas, el resplandor
vacilante de una llama por la luz del verdadero sol. Pensar es entrar en el
laberinto. Es perderse en galerías que solo existen porque nosotros las cavamos
infatigablemente, dar vueltas en el fondo de un callejón sin salida cuyo acceso
se ha cerrado tras nuestros pasos hasta que éste girar abre, inexplicablemente,
fisuras factibles en el muro".

¿Y ahora? ¿A esperar el milagro? Aunque sea había señales, especulación de coincidencia,
anuncio de magia.


Para Sören era bastante, sentía que el tedio se rebelaba, parecía querer transmutar en melodía...

domingo, junio 04, 2006

Sören escribía sin pensar demasiado en el orden de exposición, "total las cosas están conectadas eternamente", decía; no se sabía si había empezado por la introducción al tema, por el nudo o por el desenlace al tratar una idea. Obviamente, nada de esto se debía precisamente a una figura estilística lieteraria; todo nacía por su temprana resistencia a la Ley, un cuestionamiento infantil, pero no por eso intelectualmente despreciable, de toda norma impuesta.
Ya en la primaria mascullaba: "¿Por qué el agua es inscípida si yo le siento gusto a agua?". Además, una vez se encontró con un mesías de 10 años de edad que le dijo una frase que, seguramente, Sören no olvidará hasta que muera: "lo caliente es algo tan frío que te quema". Así, con estas subjetivizaciones, su destino estaba signado: eterno cuestionador del Orden dado, ya sea físico o metafísico. Así, su vida desbordaba de anormalidad, pero cada una de esas anormalidades (aunque el término sea paradójico porque eran anormalidades normadas) eran propias y por eso tenían una justificación filosófica que encubría su manifiesta anarquía... Sören era existencialista, todo en él proyectaba subjetividad; era su tabla de surf (de la que tal vez en algún momento vuelva a hablar), y con ella hacía miles de piruetas; en una de ellas, se hizo constructivista y miraba a la realidad como miraba al puente colgante y sus guirnaldas.
Sören ni siquiera releía lo que escribía. Era un infante caprichoso pero lo escondía bajo su filosofía subjetivamente adquirida y, entonces, esa negación a volver a releer lo escrito para mejorar su coherencia y contenido, se transformaba en una actitud opresora cuyo fin era renegar de lo espontáneo del espíritu, ir contra la libertad del alma, contra el "ser"...
"¿De qué quiero convencer? ¿Para qué, con qué intención? Cada uno tiene derecho a
sentir lo que le plazca, y a esperarlo también. ¿Quién soy yo para tratar de
hacer quiromancia del deseo expectante del otro y convencer de que sientan lo
que yo quiero? ¿Quiénes son ellos para exigirme cómo sentir? Si todos sabemos
que estamos unidos por las palabras y Dios está en ellas..."

Asunto terminado, exonerado de culpa y cargo... ¿No es lo mismo decir: ¡que se caguen!? ¿Hasta dónde llegaría con este ejemplo? ¿Cómo moverse en ese complejo universo donde todo adquiere la más extraña y variada forma? ¿Cuáles son los límites que alejan del abismo? Todas estas preguntas eran algunas de las cuales ocupaban la vida de Sören y a las que él dedicaba algún tiempo del día y, tal vez, toda la vida que se encuentra escondida detrás de los sueños...