jueves, enero 18, 2007

Grafiti en la pared del comedor de la casa de Eva:

"Es inevitable: te miro...
Y quiero atraparte en mis ojos.
Mi mano alcanza a tocarte,
se arrepiente, escapa.
Duele mucho ser coherente,
duele hasta las lágrimas.
Y te vas;
y te vas porque yo no puedo encerrarte en mis ojos,
porque mis manos ya cubren mi cara,
porque ellas ya atraparon mis lágrimas."

jueves, enero 11, 2007

Se detuvo ahí, precisamente donde se avizoraba el siguiente segundo. Ya había visto transcurrir miles, millones, uno tras otro, sin cesar, sin declinar, sin claudicar. Sin vacío entre ellos, sin espacio, sin aire que respirar.

Y suspiró…

El siguiente segundo se detuvo, vacilante. Como el estornudo, el suspiro se contagia y ese segundo inconmovible cerró los ojos y un soplo, una brisa de su alma, lo alejó hacia el infinito.

Otra vez el abismo. Pero un abismo ya no profundo sino extenso. Extensión abismal de instantes, antes escondidos y extasiados de espera.
Se internó en esa espesa selva haciendo contacto con sus manos, como a tientas, fue sintiendo en sus dedos los detalles; las suavidades, las asperezas, los relieves… lo que antes estaba dormido detrás de unos dedos anestesiados ahora se revelaba a las yemas, a las palmas, a las huellas y a todas sus profundidades digitales.
Hubo nuevos sonidos, antes indetectables por la velocidad de los choques que tronaban contra el tímpano, segundo a segundo, indistinguibles uno del otro. Ahora los sonidos se mezclaban con sus orígenes. Si era mar, el sonido venía en las olas de un océano algo agitado o en las ondas húmedas de una superficie clara y calma; y el oído se refrescaba, se sumergía y se empapaba. Si eran silbidos de pájaros, un viento veloz alzaba la mirada y descubría a alguien volando entre los cantos y chillidos de una bandada de aves salvajes.
Sus ojos descubrieron un brillo diferente. Lo misterioso no era el brillo sino su aparición en escena. Como si papeles ajados y amarillos, por un golpe de tijeras, se transformasen en interminables guirnaldas brillantes. Había trazos luminosos de tinta azul enredados entre los árboles, también en los cabellos, y que, un instante antes, parecían temer de su propia belleza al refugiarse entre el espacio que queda entre las miradas. La luz tomó por asalto las sombras más imperceptibles.

Cuántos detalles escondidos esperando. Definitivamente, entre los segundos no sólo se hallaba el verdadero Tiempo, sino que comprobó empíricamente que era cierto que Dios no sólo estaba en las palabras sino también suspirando en los detalles.