viernes, octubre 28, 2016

El juez está adentro!

No sé cómo pasó, yo juro que no lo dejé entrar...
- ¿Va a jurar por dios y por los santos evangelios o por dios y la patria o por la patria y el honor? -me inquiría el juez, ya sentado en mi silla preferida.
- ¿Qué? ¿Qué hace acá? -le pregunté asombrado.
- Mire, primero el juramento y luego hace la demanda y luego vemos qué sucede... -dijo en tono y rictus preocupado; y siguió cortezmente, de repente:
-¿Entonces? ¿Usted no profesa ningún culto? ¿No tiene religión? ¿Es ateo?
- No sé, no sé de qué me está hablando, por qué se cree que puede preguntarme cosas en mi propia casa si yo no lo dejé entrar...
- No se ponga nervioso, calmesé, estamos en democracia, puede jurar por la patria y el honor, son pocos los que no juran por dios, pero que no lo asuste la mayoría, somos hombres de derecho, nadie lo va a discriminar ni menospreciar.
- Mire, yo le juro por lo que usted quiera que yo no sé cómo llegó usted aquí, yo no fui el que lo dejó entrar e ignoro quién fue, así que le pido que se retire ya mismo de mi casa o tomaré medidas drásticas... -entonces se echó a reir.
- Disculpe, me parece una persona con buen humor, lo voy a tomar así... usted sabe que hay leyes y yo las hago cumplir; y yo sé también que usted sabe de la existencia de todas las leyes que existen en el territorio argentino, que le permiten hacer y no hacer todo lo que ellas no prohiben: lo dice la ley.
- Pero eso es una ficción, no es real y no me importa ¡salga o lo saco a trompadas!
El juez, tranquilamente, miró una 9mm. que traía bajo el traje; lo habia abierto suficiente para mostrarme que escondía esa perfecta máquina plateada que condensaba reluciente todo el genio de la humanidad para cumplir el objetivo de repetirse en el poder sobre algo o alguien-. Y, mirándome luego a los ojos, dijo:
- La ley es real, muy real, como yo que estoy en su casa; porque la ley dice claramente en su artículo 2: toda persona que habite el territorio argentino asentado sobre tierra o cemento o cualquiero otro material o fluido tendrá asignado un juez para la correcta aplicación del derecho en su vida civil cotidiana.
- ¿Qué cuál?
- ¿No entendió el lenguaje técnico jurídico? Tiene siglos de perfecionamiento en la reproducción de su prehistórico origen...
- Mire, creo que es claramente inconstitucional meter a una persona a juzgar el fuero íntimo de otra... si a esto le suma la coacción, es claramente un abuso de poder de un grupo racista y hay leyes universales que me protegen, así que deje de delirar.
- No me haga usar la fuerza pública, el orden de la moral y las buenas costumbres para impedir que siga su desacato al derecho interno; le voy a explicar, el secretario va a dar fe...
- ¿Qué secretario?
- Está en el baño.
- ¿Qué? ¿en mi baño?
Fui corriendo al baño, la puerta estaba cerrada y no pude abrirla. Una voz me dijo desde adentro:
- Ocupado, no terminé la constatación todavía.
Ahora sentía miedo, realmente era algo que me hacía dudar de mi mismo, de mi cordura y racionalidad tan valorada... por mí mismo.
- Como le decía -seguía el juez-, el secretario...- Y casi gritando:
- ¿Cómo va ese asunto, secre? -mientras parecía estar mirando una esquina del techo.
- Bien... - se escuchó desde el baño, un grito medio apagado y el juez asintió con la cabeza-.
- Como le decía, estamos muy ocupados, como lo ve, y no estamos para pasar malos momentos; el secretario va a dar fe de todo lo que yo diga; y traigame un café, por favor, que no decaiga el servicio de justicia.
- Yo no estoy a su servicio -dije casi como desahuciado-.
Se escuchó la descarga del inodoro y la puerta del baño se abrió. Llegó un hombre delgado y encorbado que se sentó al lado del juez.
- Todo en orden, doctor; estaba un poco sucio y cambié el papel; no encontré nada ilegal pero igual, no tiene nada de buen gusto; no hay como el diseño del los arquitectos del contri; aviseme si tiene que ir y antes tiro un poco de desinfectante de ambiente con aroma que traje en el portafolio.
- Gracias, secre. Anotame todo así yo voy pasando para hacer la sentencia final.
- ¿Qué sentencia final? -pregunté.
- Todo juicio tiene que tener una sentencia o resolución o decreto que finalice el proceso; está en los códigos de procedimiento - y se reía un poco, como tratando de disimular su risa, haciendo fuerza y se ponía colorado; entonces lo miraba al secretario y giraba hacia él con su silla y con las piernas abiertas se reía mostrándole el arma con la solapa izquierda del traje abierta.
El secretario se reía colorado también y me dirigía por momentos una mirada de asco (¿éramos espejos?).
Entonces el secretario comenzó a hablarme:
- Y sí, me veo en la necesidad, como le está haciendo saber su excelentísimo, de decirle que el código de procedimiento establece las formas en este tipo de proceso, en este caso un típico procedimiento con contenido en el código civil y sus reformas, claro, conocidos por todos en la sala y en la vida cotidiana de todas las personas, y que su señoría, nos anoticia con su relación con las cortes superiores; por eso estamos aquí, y le digo que me da asco el baño que tiene, y sus preguntas me ponen incómodo, y tengo miedo de que me cague porque usted es un perfecto desconocido para mi y puede pretender que yo limpie ese baño mugriento ¡Nunca jamás! -y la voz se le puso finita; el juez casi se ríe pero se notó que esa energía del secretario en cierta manera, lo superaba-. Yo no voy a quedarme mucho tiempo en esta pocilga por un vago que no sabe contratar a gente que haga algo con estilo, hay crédito, cuotas, no tiene excusas, señor imputado; se va a tener que endeudar, el juez va a tener que fallar en su contra, va a tener que pagar con su tiempo vital.
- Ya escuchó al secre, es muy claro. Entonces, ¿por quién vas a jurar que no vas a dejar nunca de pagar?
Sören dejó de hablar, no hizo nada por fuera; todo empezó adentro: abrió compuertas, inundó su mente de mar, se volvió pez, su voz era vibrar. Como un sonar electrónico iba hacia las imágenes más luminosas, islas paradisíacas se volvían de verdad en el pensamiento y ese tiempo no terminaba más; iba cada vez más profundo, cuando se aburría probaba el nuevo límite de la profundidad. Una voz era un color; la voz roja daba calor. La voz naranja era dulce, enamoraba. La voz amarilla excitaba el pensamiento. La voz verde era amor puro. La voz azul era la sinceridad de la inmensidad. La celeste era la voz de la santidad interna y la voz violeta era la voz eternamente nueva e infinita. Arcoiris era una canción que se veía paseando en una vereda de barrio o sonaba entre la ropa tendida. Las prendas de colores parecen bailar cuando resuena en el arcoiris sonoro su color. Y en ese paisaje, el agua de un fuentón, alimenta el portal que lleva a otro nivel de profundidad: el silencio que transforma la realidad. Ya todo se disolvía, la crisálida envolvía sólo un líquido; todo tomaba nueva forma y fluidamente se ordenaba. Sören abrió los ojos; su cuerpo estaba sucio, lleno de tierra, por dentro sentía brillar la vida. Se encontraba sentado y dos cuerpos secos, momificados yacían duros sentados frente a él. Se puso a cortar las enredaderas que habían invadido su habitación.