lunes, junio 05, 2006

En la vida de Sören abundaban las señales, los sortilegios... Escondidos para casi todas las miradas, se revelaban ante sus ojos bajo la apariencia de papelitos sueltos que caían de algún escritorio antigüo...

"Ahora el hilo se ha perdido, el laberinto se ha perdido también. Ahora,
nosotros ni siquiera sabemos si nos rodea un laberinto, un secreto cosmos, o un
caos azaroso. Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un laberinto y un hilo.
Nunca daremos con el hilo; acaso lo encontramos y lo perdemos en un acto de fe,
en una cadencia, en el sueño, en las palabras que se llaman filosofía o en la
mera y sencilla felicidad".

Pero las señales eran anticipos de algo más deseado: la coincidencia. Ya todo silencio después de una señal era sabroso, se miraban las cosas de otra manera, expectante;
esperanza de milagro...


Pero la coincidencia no era el milagro en sí, faltaba más, pero con ella aparecía un bosquejo, una forma que ensoñaba.

¿Esto era una coincidencia? Siempre que se presentaba lo que parecía una repetición, aparecía la gran duda de Sören; todos los que dialogan con lo que no habla ni responde tienen el mismo problema: la especulación sobre el espejismo de las cosas. En los cotidianos recorridos por el Inconsciente Colectivo, Sören se topó con Castoriadis:

"Pensar no es salir de la caverna, ni sustituir la incertidumbre de las
sombras por los perfiles bien definidos de las cosas mismas, el resplandor
vacilante de una llama por la luz del verdadero sol. Pensar es entrar en el
laberinto. Es perderse en galerías que solo existen porque nosotros las cavamos
infatigablemente, dar vueltas en el fondo de un callejón sin salida cuyo acceso
se ha cerrado tras nuestros pasos hasta que éste girar abre, inexplicablemente,
fisuras factibles en el muro".

¿Y ahora? ¿A esperar el milagro? Aunque sea había señales, especulación de coincidencia,
anuncio de magia.


Para Sören era bastante, sentía que el tedio se rebelaba, parecía querer transmutar en melodía...

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