lunes, febrero 06, 2017

En la sala de espera

Sören entró y se sentó en una de las dos sillas que quedaban desocupadas.
Se sentó al lado de una chica muy linda. Del otro lado de Sören seguía una pared con una puerta y un mueble.
- Disculpame ¿te puedo hacer una pregunta? -le dirigía su atención a su nueva vecina.
- Sí, decime.
- ¿Qué sala es esta?
La chica sonrió y contestó:
- Es la sala de espera de la humanidad.
- Ah… -algo refulguró dentro-. Gracias.

Era de esperar (se decía por dentro, Sören); para mi no hay otra cosa en este mundo: humanidad; bueno, también está su falta, es parte de la Humanidad.

- Hola -dijo una persona que estaba frente a Sören-. Me llamo Jesús; ¿alguien sabe cuándo va a atender el maestro?
- Ja, ja! -se oyó hacia la izquierda y al fondo de Sören; era una mujer grande con risa fuerte y alegre-. ¿Cómo te va? Me llamo Alma y te cuento que yo estoy hace mucho y nunca nadie entró ni salió de esa puerta.

La puerta decía “El Maestro”. Al lado de la puerta se encontraba una especie de mueble cúbico y negro donde había una ranura; una flecha indicaba un texto: “Deposite 10 unidades de su tiempo vital para obtener la revista COMPARTIR la espera.”

Alma siguió hablando:
- Jesús, ahí tenés esa máquina, ¿tenés tiempo vital para gastar? ¡Ja, ja!
Jesús le sonrió; luego, miró a su costado; al lado de él, había un hombre adulto, mayor, encorbado y somnoliento; estaba sucio y no olía bien; comenzó a toser y pareció despertar e incorporarse un poco. El hombre mayor, entonces, se puso de pie y comenzó a caminar hacia el mueble cercano a la puerta.
- ¡Oh! Y ahí va, otra vez. ¡Dejá de comprar porquerías, viejo pelotudo! -gritó Alma.
- ¡Ahhh! -se oyó con voz de asco, salir de la boca del viejo-. ¡Ya está ella! Callate, callate ¿no ves que este pibe se está aburriendo acá? ¿Qué querés? ¿Que salga y se tire a un precipicio para no sentir más este tedio?
- Siempre hace lo mismo -decía Alma en tono discursivo-: trabaja la tierra todo el día para alimentar a toda su familia y luego a la fábrica a dejar su tiempo vital para que los más jóvenes no se aburran. ¡Viejo cagón! Dejá que se las arregle sólo y vos andá a disfrutar de los frutos de tu trabajo; che, qué cosa…
- El dolor me lo cargo yo solito, yo sé cargarlo solito ¿me entendés? -refunfuñaba el viejo, casi llorando.
Alma le hablaba a las 2 mujeres que tenía a su derecha (a Sören, que seguía en el grupo de sillas, no lo miraba):
- Y… no sabe disfrutar, tampoco quiere aprenderlo, parece. Mirá, ahora va y pone ahí su energía; y reproduce algo que él siente inaccesible en su cotidianeidad; es como un espejito de color para él, pero con magia; la magia está en acceder al juego del Amor; él siente que al joven ese, sólo así le puede demostrar amor, que lo quiere, que no quiere que sufra la vida… bueno, lo que hacemos las madres acariciando, abrazando, amamantando, con poder total casi todas… él se perdió eso, sentir que también podía amar a su hijo; tuvo que trabajar más por sentir que nadie podía ayudarlo, y ahora sigue en la misma trampa: en vez de amar la vida, su vida, luego de laborar la tierra, trabaja en la fábrica que hace la revista donde escribe El maestro.

El viejo se acercó al cubo negro y acercó su corazón a la ranura. La caja empezó a latir con ruido de maquina en proceso de elaboración industrial. Bajo la puerta, se deslizó hacia la sala una revista de tapas satinadas y muy colorida.
El viejo, arrodillado frente a la máquina mueble, empieza a girar a su izquierda y se inclina hacia el piso, como un musulmán orando, para agarrar la revista. Entonces, se incorpora con dificultad y vuelve a su silla.

- Tomá -le dice el viejo a Jesús-, un regalo.
Jesús lo mira con devoción y se inclina a versarle los pies. El viejo reacciona:
- Qué hacés, por favor, dejá; no es para tanto, che… -el viejo se incorpora y lo levanta vitalmente al joven, como si fuera un pollito; luego, lo mira sonriente-. Dale, lee tranquilo; esa revista dice cosas lindas, te va gustar.
Jesús lo miraba con mucho agradecimiento; luego llevó sus ojos a la revista y levantó la mirada para cruzarla con la de Alma, quien lo miraba calmadamente, con cierta dulzura.
De los ojos de Jesús brotaron unas lágrimas que cayeron en la palabra “espera”, en letras imponentes.

La chica al lado de Sören se enjugó unas lágrimas.
Sören le alcanzó un pañuelo de papel.
- ¿Estás bien? -le pregunta Sören.
Ella sonríe.
- Sí, cómo no voy a estar bien; estoy llorando, sigo viendo la inmensidad del mar en mis propios ojos; no te preocupes por mi; lo mejor que podrías hacer es ocuparte de lo que pasa detrás de esa puerta.
- ¿Qué me querés decir? -Sören estaba casi desdibujado, la imagen del mar en los ojos de esa chica lo había elevado en sueños y el remate, que proponía una acción concreta, lo hacía aterrizar violentamente en una realidad contradictoria con la sala de espera humana.
- Vos viste lo que pasó; yo también. Lo que pasa es que yo ya viví el desequilibrio y lo atravesé dando vida, multiplicándome, partiéndome en dos. Vos sos varón, no tenés necesidad de esto. Tu amor es otro, te multiplicás en la telaraña universal con tu pensarsentir la separación total y el hacer la unión efímera con el no ser. Pero nunca está de más que puedas jugarte y sentir que sos parte de toda la nada, y no tienen que ser 9 lunas.

Sören ya no sabía qué esperar. ¿Qué hacía con estas personas desquiciadas? Su pensamiento intervino: era claro que él se había equivocado de sala de espera. Él necesitaba otra cosa… Lo que necesitaba él era distinto, con otra categoría humana, algo más…
- ¿Vos qué necesitás? -le preguntó su vecina.
La miró maravillado. Otra vez el fulgor. El pensamiento se hizo inmensa laguna. No sabía su nombre.
- Tu nombre… -dijo Sören, ahora como potro amansado.
- Sofía. -un silencio y continuó-. Entonces, ya te podés ir, ya estás sano. Pero esa máquina que está ahí, va a seguir enfermando al que trabaja; y sólo para alimentar una espera pasiva que no sabe de tierra, ni de danza, y ni compartir trabajo, ni canto, ni esperanza. Fijate qué onda entre vos y la máquina.