sábado, junio 10, 2006

Le habían dicho que su Alicia debía de vivir en el país de las maravillas; Sören la miraba caminar por la sala y pensaba que tal vez ella caminaba por un país en ruinas. Las maravillas siempre parecían pertenecer al pasado, para el presente sólo quedaban intuiciones somnolientas; al menos eso era lo que decían los servidores del pasado en copa nueva, y Sören ya no sabía qué creer.
Se llevó sus intuiciones a la cama, a ver si se hacían maravillas en ese otro país. Alicia lo acompañaba casi todas las noches de frío, su silueta de sombra se escabullía por debajo de la cama hasta que de un salto de esfinge aparecía, como sorprendida por la mirada de Sören, arriba de la frazada. Al instante empezaba su danza felina para mullir el lugar en el que se enroscaría como una serpiente negra aterciopelada. Así, en el silencio de la noche, los dos partían hacia algún lugar.

"Mirá, estoy parado en la brecha. Hasta acá -señalaba a su izquierda- llega
mi pasado y el de todos; acá -señalaba a su derecha- comienza mi futuro y el de
todos. Estoy parado justo en los pocos centímetros que separan lo determinado de
sus consecuencias. ¿Te das cuenta Alicia de lo que eso significa? ¡Soy
libre!".

Sören empezó a caminar de frente por esa especie de pasillo formado por dos muros de niebla espesa. Alicia caminaba a su lado y sus ojos estaban más verdes y brillantes que nunca; tal era su brillo, que rescataban de la oscuridad el lugar por donde caminaban. En un momento ella empezó a correr. Adelante, Sören vislumbraba una escalera, Alicia se detuvo en su inicio. Ella iluminaba con su mirada una inscripción que se encontraba en el pórtico:

"En los caminos que nadie 'Holló': ¡Arriesga tus pasos! En los pensamientos
que nadie pensó: ¡Arriesga tu cabeza!"

Sören miró a Alicia como extrañado; ella inclinó su cabeza con paz gatuna, algo característico de su especie, como aprobando el ascenso y se quedó mirando a su compañero quien empezó a subir temerosamente.

La escalera parecía elevarse hasta la eternidad, los muros que la contenían formando un túnel daban la impresión de estar desde siempre. Llegó hasta una puerta muy antigüa y con la apariencia de ser muy pesada en la que colgaba un papelito pegado con cinta adhesiva (como los pegados en la puerta de la heladera), en él había una frase escrita que le sonaba familiar; estaba firmada extrañamente por "Uno de los Profetas del Laberinto" y decía:

"La Revolución hay que hacerla en serio, porque los juegos son en serio.
Nadie más serio que un niño cuando juega"

Sören se precipitó a través de la puerta y se detuvo ante la espectación de la inmensidad: ante él apareció el Laberinto, de proporciones infinitas, el cual contemplaba desde las alturas. El Laberinto era de una belleza inenarrable, con brillantes colores que se sucedían en todos sus recovecos. ¡Eran los hilos! Miles de ellos, de todos los colores e intensidades; se juntaban, se separaban, construían muros, los destejían, los penetraban... Entre tanta hermosura, como siempre, Sören se preocupó por ver algo distinto, algo que como las noches sin luna, siempre estaba: el Monstruo del Laberinto, el desafío que va más allá de los placeres. Sören buscaba al Minotauro, pero sus ojos no divisaban algo que se le pareciese en la distancia que podían abarcar, pensó que tal vez no existía uno en este Laberinto. En realidad, no había uno, sino que había muchos; había tantos como personajes habitaban el Laberinto, pero era muy difícil ver alguno: muchos personajes creían ver el Minotauro ajeno cuando nunca veían el propio .

Elevándose por el Laberinto se oían voces, como mensajes sin tiempo; no se alcanzaba a percibir nítidamente lo que decían, eran voces distintas, mensajes distintos, como invitando a la oración a todos los habitantes. Pero había una palabra que se repetía entre todas y que Sören distinguía entre las demás, la sentía en el horizonte acercándose con fuerza hacia él, cada vez más cerca, cada vez más cerca; era una palabra inmensa y Sören temía por las consecuencias que tendría cuando ella lo impactara... Y como un golpe de gong en el pecho:

¡IMAGINA!

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